Cuando afirmamos que alguien es íntegro podemos empezar por decir que se trata de una persona en la que se puede confiar. Es alguien que cuenta con un conjunto de valores, principios y cualidades que no dependen de los espacios en los que se desenvuelve. La integridad de una persona que, por ejemplo, administra recursos públicos, es indispensable para el buen funcionamiento de la sociedad.
Es por esta razón que nos sentimos ofendidos por quienes practican la “cultura del vivo”, pues produce una serie de prácticas poco éticas o corruptas en donde es evidente el desinterés por la comunidad.
Para definir integridad veamos, en primer lugar, lo que nos dicen Julia Eslava y Angélica Torres, en el libro Tejiendo el hilo de Ariadna:
La integridad implica la puesta en práctica de un conjunto de valores, principios y cualidades, que llevaría a las personas y a las organizaciones a que se conduzcan de la mejor manera posible en todas las circunstancias, esto es, a” actuar o estar en conformidad con los valores, las normas y las reglas, que son válidas en el contexto en el que se opera” (OCDE1 , 2009) citado en (Eslava & Torres, 2013, pág. 115).
De acuerdo a lo anterior, hemos entendido a la integridad como el conjunto de valores, principios y cualidades que debe reunir una persona y que no dependen de los espacios en donde esta se desarrolla o desenvuelve.
En segundo lugar, veamos lo que nos dice el autor español Manuel Villoria. Para él, la integridad es una virtud teniendo en cuenta que:
Según Aristóteles (2001) en el Libro II, Cap. VI, la virtud es un hábito, una cualidad que depende de nuestra voluntad, y que está regulado por la razón en la forma que lo regularía el hombre verdaderamente sabio (…) y que cuando se posee permite vivir como un ser social, un ser que facilita la vida en común. (Villoria, 2011-2012, pág. 108)
Podemos afirmar entonces, que la integridad es un hábito que nos ayuda a vivir de la mejor manera con quienes nos rodean. Podemos preguntarnos entonces ¿cómo alcanzamos ese hábito? En respuesta a esto Manuel Villoria recurre a Stephen Carter para decirnos que (1996):
La integridad requiere la formalización de tres pasos: 1. El discernimiento de lo que está bien y lo que está mal. 2. La actuación de forma coherente con los resultados del discernimiento, incluso con coste personal. 3. La declaración abierta de que se está actuando de forma coherente con lo que se entiende como correcto. (Villoria, 2011-2012, pág. 108).
La Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), es un organismo internacional fundado en 1960 por 18 países europeos más Estados Unidos y Canadá, con la misión de promover políticas para el bienestar económico y social en el mundo. Actualmente está compuesta por 34 países, solo dos de ellos latinoamericanos (Chile y México) más Colombia que está en proceso de ingreso. La OCDE ha venido abanderando, entre otros temas, la lucha contra la corrupción y la promoción de la integridad, a través de estudios, producción de estadísticas y generación de recomendaciones a diversos países del mundo. (Nota al pie fuera del texto)