Cuando queremos satisfacer un deseo o nos proponemos alcanzar un objetivo es usual que nos preguntemos: ¿Qué tengo que hacer para lograrlo?, ¿Qué pasaría si emprendo X o Y acción?, ¿Es X acción una acción sancionable o reprochable? Pensar nuestras acciones desde la articulación entre medios y fines es algo parte de nuestra racionalidad.
La historia de esta forma de comprender nuestras acciones puede trazarse con la ayuda del concepto “racionalidad instrumental”. Una puerta de acceso a esta historia nos la ofrece Adela Cortina, quien ubica por primera vez el concepto en los trabajos de Adorno, Marcuse, Horkheimer y Habermas, filósofos de la Escuela de Frankfurt (Cortina en Pose, 2014, 127). Según Cortina, estos autores acuñaron el término y ofrecieron sus principales características: la racionalidad instrumental es aquella que identifica, construye, perfecciona medios para alcanzar fines; es un proceso de carácter técnico cuya meta final es la auto conservación del ser humano y cuya principal consecuencia es convertir a la naturaleza en un objeto dominable (Cortina en Pose, 2014).
El trabajo de estos autores parte de los análisis realizados por el sociólogo alemán Max Weber. En su obra clásica Economía y Sociedad, el autor distingue dos tipos de racionalidad de la acción social: racionalidad con arreglo a valores y racionalidad con arreglo a fines (Weber, 2002). La primera deriva de las concepciones, creencias o costumbres de la sociedad en la que se encuentran los individuos y facilita la acción social en la medida en que la adhesión a los valores sociales les libera de las preguntas por sus consecuencias. La segunda responde a los cálculos que realiza un individuo cuando considera emprender una acción, cálculos que permiten discriminar los medios entre aquellos que resultan más eficientes, eficaces, efectivos para lograr sus objetivos, así como sopesar las consecuencias posibles de la selección de alguno de los medios.
Si bien las comprensiones de la Escuela de Frankfurt y Max Weber sobre la manera cómo opera la racionalidad instrumental son compatibles, sus valoraciones ciertamente no lo son. Weber comprendía la acción racional que discrimina entre medios y fines como el estadio de mayor desarrollo de la racionalidad del ser humano, pues ella le permitía al individuo discernir y escoger las consecuencias de sus acciones. Los miembros de la Escuela de Frankfurt, por el contrario, veían en la racionalidad instrumental un síntoma del declive de las sociedades occidentales, pues hacía de los comportamientos y acciones humanas procesos técnicos, orientados matemáticamente a la satisfacción de intereses individuales.
Desde perspectivas afines a la racional instrumental se han realizado grandes aportes para comprender y prevenir acciones como la corrupción, mediante el análisis de los diseños institucionales y su capacidad para incentivar o desincentivar actuaciones corruptas. Esto ha permitido rediseñar las instituciones públicas con el fin de hacer más costosas ese tipo de actuaciones. Desde perspectivas afines a la crítica de la acción instrumental se ha señalado la manera en que ésta reduce las distintas motivaciones y procesos de la acción humana dejando de lado muchos de sus determinantes, pero sobre todo, produciendo una inclinación oportunista de las actuaciones humanas.
Vale la pena preguntarse, ¿en qué medida o hasta qué punto resulta útil o limitante la racionalidad instrumental en la búsqueda de soluciones a problemas colectivos? ¿Qué otras historias de la racionalidad pueden hacerse?